24 de Enero de 2017
Hace dos semanas escribí en este espacio que la toma de posesión de Donald Trump sería más útil para lograr la unidad nacional que decenas de convocatorias oficiales con el mismo propósito.
Parece que no me equivoqué.
Ayer, en Los Pinos, el presidente Enrique Peña Nieto dio a conocer los lineamientos de política exterior que México seguiría a partir de la llegada de Trump a la Casa Blanca.
Lo hizo con la presencia de nueve secretarios de Estado y dos gobernadores, pero también ante empresarios, académicos y legisladores de oposición.
El de ayer fue uno de los encuentros más plurales que haya encabezado en meses recientes el Presidente de la República. Apenas a principios de año, Peña Nieto se veía obligado a explicar casi a diario las razones para aumentar el precio de los combustibles, tratando de calmar a una sociedad enardecida mientras algunos miembros de su partido se deslindaban de él.
“Es evidente que Estados Unidos tiene una nueva visión para su política exterior”, dijo ayer. “Ante esta nueva realidad, México está obligado a tomar acciones para defender sus intereses nacionales. Es claro que tenemos que iniciar una negociación”.
En víspera de que los secretarios de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, y de Economía, Ildefonso Guajardo, viajen a Washington para conversar con los nuevos funcionarios estadunidenses sobre la actualización del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la seguridad fronteriza, Peña Nieto anunció que México no será agresivo ni sumiso en su relación con Trump.
“Ninguna de esas dos posturas es solución”, afirmó el Presidente. “Ni confrontación ni sumisión; la solución es el diálogo y la negociación”.
La frase arrancó el aplauso de los asistentes en el salón Adolfo López Mateos de la residencia oficial. Está claro que la hostilidad del flamante mandatario de Estados Unidos ha generado coincidencias entre millones de mexicanos y nadie quiere correr el riesgo de parecer malinchista en momentos así.
Pero la unidad propiciada por el nuevo ocupante de la Casa Blanca alcanza grados insospechados.
¿Ha escuchado hablar a Andrés Manuel López Obrador recientemente?
Probablemente usted ha reparado en su tono más mesurado. El tabasqueño ya tiene muchos días de no hablar de la “mafia en el poder” o de rebeliones en la granja o el “PRIAN” o el avión presidencial que ni Obama tiene (tenía).
Pero hay algo más: el líder de Morena acaba de convertirse en un entusiasta más del TLCAN.
Hace tres años, cuando el oficialismo celebraba los 20 años de vigencia del Tratado, López Obrador dio su opinión sobre los saldos de éste.
Lo hizo durante una gira por San Luis Potosí, en febrero de 2014. Sus declaraciones de entonces aún pueden encontrarse en internet.
López Obrador recordó que el TLCAN había sido una creación del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, quien acababa de dar una entrevista sobre el aniversario del acuerdo comercial.
“Lo que dicen él y sus cómplices es pura propaganda”, aseveró el dos veces candidato presidencial. Y dijo que, al contrario de lo que afirmaban aquéllos, el TLCAN no había creado empleos y había cancelado el crecimiento.
Eso fue entonces. Tres años después, López Obrador tiene otra visión del Tratado. De gira por Coahuila, el pasado fin de semana, afirmó que la reunión que sostendrá Peña Nieto con Trump el próximo 31 de enero en Washington debe girar en torno de una agenda transparente.
“No queremos acuerdos en lo oscurito ni encuentros nada más para cumplir o llenar el expediente; para tomarse la foto o simular”, afirmó López Obrador en Torreón.
“Queremos una agenda abierta, bien definida y de frente a todos los mexicanos”, agregó.
El contenido de ésta, dijo, debe “garantizar los derechos humanos, defender a los migrantes que no son delincuentes y negarse a una cancelación unilateral del Tratado de Libre Comercio”.
Como lo ve, Donald Trump ya ha hecho varios milagros: devolver la relevancia política al Presidente, hacer que se posponga el debate nacional sobre la corrupción y la impunidad –mucho más dañinos para el país que cualquier cosa que pueda hacer el inquilino de la Casa Blanca– y convertir a López Obrador en un creyente del libre comercio.
Fuente:EXCÉLSIOR
Hace dos semanas escribí en este espacio que la toma de posesión de Donald Trump sería más útil para lograr la unidad nacional que decenas de convocatorias oficiales con el mismo propósito.
Parece que no me equivoqué.
Ayer, en Los Pinos, el presidente Enrique Peña Nieto dio a conocer los lineamientos de política exterior que México seguiría a partir de la llegada de Trump a la Casa Blanca.
Lo hizo con la presencia de nueve secretarios de Estado y dos gobernadores, pero también ante empresarios, académicos y legisladores de oposición.
El de ayer fue uno de los encuentros más plurales que haya encabezado en meses recientes el Presidente de la República. Apenas a principios de año, Peña Nieto se veía obligado a explicar casi a diario las razones para aumentar el precio de los combustibles, tratando de calmar a una sociedad enardecida mientras algunos miembros de su partido se deslindaban de él.
“Es evidente que Estados Unidos tiene una nueva visión para su política exterior”, dijo ayer. “Ante esta nueva realidad, México está obligado a tomar acciones para defender sus intereses nacionales. Es claro que tenemos que iniciar una negociación”.
En víspera de que los secretarios de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, y de Economía, Ildefonso Guajardo, viajen a Washington para conversar con los nuevos funcionarios estadunidenses sobre la actualización del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la seguridad fronteriza, Peña Nieto anunció que México no será agresivo ni sumiso en su relación con Trump.
“Ninguna de esas dos posturas es solución”, afirmó el Presidente. “Ni confrontación ni sumisión; la solución es el diálogo y la negociación”.
La frase arrancó el aplauso de los asistentes en el salón Adolfo López Mateos de la residencia oficial. Está claro que la hostilidad del flamante mandatario de Estados Unidos ha generado coincidencias entre millones de mexicanos y nadie quiere correr el riesgo de parecer malinchista en momentos así.
Pero la unidad propiciada por el nuevo ocupante de la Casa Blanca alcanza grados insospechados.
¿Ha escuchado hablar a Andrés Manuel López Obrador recientemente?
Probablemente usted ha reparado en su tono más mesurado. El tabasqueño ya tiene muchos días de no hablar de la “mafia en el poder” o de rebeliones en la granja o el “PRIAN” o el avión presidencial que ni Obama tiene (tenía).
Pero hay algo más: el líder de Morena acaba de convertirse en un entusiasta más del TLCAN.
Hace tres años, cuando el oficialismo celebraba los 20 años de vigencia del Tratado, López Obrador dio su opinión sobre los saldos de éste.
Lo hizo durante una gira por San Luis Potosí, en febrero de 2014. Sus declaraciones de entonces aún pueden encontrarse en internet.
López Obrador recordó que el TLCAN había sido una creación del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, quien acababa de dar una entrevista sobre el aniversario del acuerdo comercial.
“Lo que dicen él y sus cómplices es pura propaganda”, aseveró el dos veces candidato presidencial. Y dijo que, al contrario de lo que afirmaban aquéllos, el TLCAN no había creado empleos y había cancelado el crecimiento.
Eso fue entonces. Tres años después, López Obrador tiene otra visión del Tratado. De gira por Coahuila, el pasado fin de semana, afirmó que la reunión que sostendrá Peña Nieto con Trump el próximo 31 de enero en Washington debe girar en torno de una agenda transparente.
“No queremos acuerdos en lo oscurito ni encuentros nada más para cumplir o llenar el expediente; para tomarse la foto o simular”, afirmó López Obrador en Torreón.
“Queremos una agenda abierta, bien definida y de frente a todos los mexicanos”, agregó.
El contenido de ésta, dijo, debe “garantizar los derechos humanos, defender a los migrantes que no son delincuentes y negarse a una cancelación unilateral del Tratado de Libre Comercio”.
Como lo ve, Donald Trump ya ha hecho varios milagros: devolver la relevancia política al Presidente, hacer que se posponga el debate nacional sobre la corrupción y la impunidad –mucho más dañinos para el país que cualquier cosa que pueda hacer el inquilino de la Casa Blanca– y convertir a López Obrador en un creyente del libre comercio.
Fuente:EXCÉLSIOR