La caída del imperio romano de oriente en 1453 marca un hito en la historia del hombre con el amanecer del Renacimiento y del Humanismo, Florencia fue su cuna. Botticelli, Donatello, Pico de la Mirandola, Maquiavelo, Lorenzo el Magnífico, Leonardo da Vinci, convivieron entre otros muchos generadores de la conciencia de su tiempo. “Nunca, en tiempo alguno, ni siquiera en el siglo de Pericles, vivieron una misma vida y respiraron una misma atmósfera espíritus tan impares, como los que enjoyaron a Florencia en aquel minuto alucinante de la historia, inicio de la vita nova entrevista y cantada por el autor de La divina comedia”, dice Raúl Roa en reconocimiento a la esplendorosa alborada que marcaba el inicio de una nueva era para la humanidad: el Renacimiento y el Humanismo. El antropocentrismo puso al hombre en el centro del universo, dueño de su propio destino, ya no vería al cielo sino a la naturaleza, su catecismo ya no sería la fe sino la razón. No pocos de esos humanistas se declaraban divorciados del “pueblo”, Leonardo Bruni, lo definía como “ese monstruo feroz dispuesto siempre a renovar la audacia de los antiguos titanes”; Marcilio Ficino: “el pueblo es como el pulpo, animal de muchos pies y sin cabeza”; “el pueblo- decía Guicciardini- es un monstruo lleno de confusión y errores…”. Erasmo de Roterdam coincidía con esa opinión como muchos más de los iniciadores del Humanismo al referirse al “pueblo”, eso al cual con fragorosa frecuencia aluden los políticos para escudar sus acciones, si se equivocan “el pueblo tuvo la culpa”- No es novedosa la estrategia porque en los años sesenta del siglo pasado durante el régimen “emanado de la Revolución Mexicana” entre los críticos antagónicos con la oficialidad circulaba con profusión la máxima: “pueblo cuántos crímenes se cometen en tu nombre”, porque, al igual que ahora, los políticos “emanados de la Revolución” proclamaban: “el pueblo manda”. ¿Cuál pueblo?